Ganadores del Concurso de Reseñas de Litaratura Coreana
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El pasado viernes 17 de octubre, se llevó a cabo la ceremonia de premiación del Concurso de Reseñas de Literatura Coreana, organizado por el Centro de Estudios Orientales (CEO) de la Pontificia Universidad Católica del Perú, con el apoyo del Instituto de Traducción de Literatura Coreana (LTI Korea).
El concurso convocó a estudiantes y egresados interesados en la literatura contemporánea coreana, recibiendo más de 100 propuestas que fueron evaluadas por un jurado especializado. Las reseñas destacaron por su profundidad interpretativa, su manejo del lenguaje crítico y su capacidad para vincular la literatura coreana con reflexiones universales sobre el cuerpo, el silencio y la memoria.
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En esta edición, los tres primeros lugares fueron los siguientes:
- Primer puesto: Valery Quezada Morante, egresada de Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
En su lectura de “Lección de griego” de Han Kang, propone una reflexión sobre el cuerpo como espacio de conexión humana, subrayando cómo la autora coreana aborda el dolor no solo desde una dimensión individual, sino también colectiva. - Segundo puesto: Liam Jorge Torres Gutiérrez, egresado de Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Su reseña sobre “La clase de griego” destaca la estructura fragmentaria y poética de la novela, así como su diálogo profundo con la filosofía platónica, evidenciando una lectura atenta al entrelazamiento entre pensamiento y sensibilidad. - Tercer puesto: María del Pilar Fonseca Masías, comunicadora de la Universidad de Lima.
En su análisis de “La clase de griego” de Han Kang, resalta cómo el silencio se convierte en una forma de resistencia y duelo, ofreciendo una interpretación sensible sobre el poder del lenguaje y la pérdida.
El Centro de Estudios Orientales felicita a los ganadores y agradece la participación de todos los concursantes, cuyo entusiasmo contribuye a fortalecer el puente cultural entre Corea del Sur y el Perú a través de la literatura.
Primer puesto:
Lección de griego: sentir el mundo para habitarlo.
Valery Quezada Morante
La obra de Han Kang es una propuesta literaria innovadora en una contemporaneidad
marcada por el exceso de estímulos. Su narrativa invita a plantearnos interrogantes
sobre la subjetividad desde lo corporal y lo colectivo en lugar de partir desde el yo
confesional. En Lección de griego, la pregunta es sobre la humana necesidad de
encontrarnos mediante el potencial del lenguaje o desde la mirada del otro. La novela
articula la reflexión íntima de una estudiante que ha perdido el habla y de un profesor de
griego consciente que, en un futuro próximo, perderá la vista. Ambos, en el encuentro
con una lengua como el griego, desprovista de una utilidad transaccional, se interrogan
sobre sus propias pérdidas.
Y, así como el acto de hablar requiere de un movimiento coordinado para la producción
del sonido, en la primera parte de la novela, ambos personajes orbitan de manera muy
próxima pero sin acercarse. Sus pasados, entonces, se intercalan para plantear una
reflexión filosófica, desde esta ruta sensorial, sobre lo que implica habitar el mundo.
La mujer es una eterna estudiante del lenguaje. Desde la infancia, los signos de la
lengua la han fascinado y mediante ellos ha intentado encontrar sentido a las dinámicas
del mundo y su lugar en este. Así, consciente del potencial de la palabra para resonar en
el mundo, decide no hacerlo y encuentra en la mirada una mayor sinceridad, pues busca
escapar a la necesidad de traducción del sentir. Incluso, la posibilidad narrativa del
psicoanálisis es cuestionada: “No puede ser tan simple”. El profesor, en cambio,
encuentra en la contemplación del mundo la forma de entenderse. Su fascinación
temprana con el budismo lo acompaña en el camino de separar la concepción de mirar
del sentido de la vista y, al contemplar sus vínculos amorosos, amicales y familiares,
reflexiona sobre su condición de migrante y su masculinidad cuestionada debido a su
hipersensibilidad.
Resulta fascinante que, al igual que en una lección, las interrogantes planteadas desde la
exploración sensorial de los personajes se ponen en práctica en la sección final de la
novela. Asistimos al encuentro de ambos personajes con el lenguaje en su dimensión
más poética que construye un momento fugaz de una intimidad humanamente tierna.
Asistir a la Lección de griego, implica practicar la filosofía no desde el dogma, sino
desde su expresión base: la pregunta sobre qué nos hace humanos y la fuerza que nos
lleva a conectarnos.
Segundo puesto:
αὐτὴ ἡ ψυχὴ καθ᾽ αὑτὴν
El alma en sí y por sí misma
En La clase de griego, Han Kang construye una narración fragmentada y poética que
entrelaza memorias, silencios, filosofía y lecciones de gramática griega para explorar
los límites del lenguaje que atraviesa la quebradiza existencia humana.
Por un lado, se presenta a una mujer que, tras la pérdida de su madre, un divorcio y la
separación de su hijo, enfrenta el regreso de un mutismo que había padecido en la
adolescencia. Su asistencia a clases de griego antiguo se convierte en un intento
voluntario por recuperar el habla, no solo como capacidad física, sino como reencuentro
con ella misma.
El texto alterna esta perspectiva con la del profesor de griego que, aquejado por una
progresiva e inevitable pérdida de la vista, recuerda su primer amor: una joven sorda
con quien compartió una breve pero intensa historia. Ambos relatos confluyen en la
experiencia del lenguaje como territorio vulnerable, a veces hostil, otras veces
revelador, y en la presencia de un silencio que no siempre es carencia, sino también
espacio de contemplación.
El griego antiguo funciona como metáfora central: su estructura compleja, su voz media
y su belleza culminada, al ser una lengua muerta, evocan tanto la fragilidad como la
plenitud de la experiencia humana. Asimismo, el núcleo de la obra resuena con la
filosofía platónica: en la pérdida de las facultades sensibles y en el cruce de sus
historias, los protagonistas hallan un autoconocimiento que trasciende lo sensorial, el
tedio de la cotidianeidad y las heridas del pasado, así como cuando el alma platónica se
vuelve a sí misma y aprehende las ideas eternas.
El estilo de Han Kang combina con precisión y sensibilidad recursos tanto poéticos
como filosóficos, con imágenes y detalles que condensan estados emocionales: la nieve
como “el silencio que cae del cielo” que se acumula en el cuerpo de la sufrida
protagonista se encuentra con un mundo más allá de lo efímero, donde la nieve no se
derrite, pues “una nieve que se derrite no puede ser una idea”. El libro es, en última
instancia, una exploración de cómo la lengua no solo comunica, sino que modela la
memoria y el ser, y de cómo, a veces, es en el silencio donde la voz se purifica y se
vuelve más propia.
Tercer puesto:
La clase de griego, de Han Kang: el silencio como forma de resistencia
En La clase de griego (2011), la autora surcoreana Han Kang entrelaza el trauma, el
lenguaje y la memoria a través de una prosa de rara intensidad poética. Ambientada en
Seúl, la novela relata el encuentro entre una mujer que ha perdido el habla tras una serie
de pérdidas personales —la muerte de su madre, la separación y la custodia de su hijo—
y un profesor de griego antiguo que enfrenta una progresiva ceguera. Ambos personajes
se sumergen en un proceso de introspección que revela una dimensión existencial
común: el lenguaje ya no es un puente, sino una herida.
Lejos de todo dramatismo explícito, la novela se desliza en un tono lírico que convierte
el silencio en una forma de presencia. La mujer, ex profesora y poeta, asiste a clases de
griego no por vocación filológica, sino como tentativa desesperada de recuperar la
palabra. El idioma clásico, con sus reglas complejas y su voz media, deviene símbolo de
una posibilidad remota de volver a habitar el mundo desde otro lugar, más hondo, más
consciente.
Han Kang elabora una escritura que evoca lo sensorial y lo espiritual con una economía
verbal admirable. La novela dialoga sutilmente con tradiciones filosóficas orientales y
occidentales —Borges, Sócrates, Platón— sin recurrir a referencias forzadas, sino
integrándolas en la estructura misma del relato. El mutismo, la ceguera, el recuerdo del
primer sueño, la fascinación por las letras y el cuerpo como archivo del dolor, son
elementos que configuran una narración reflexiva, íntima y conmovedora.
La estructura, fragmentaria y polifónica, permite que los silencios digan tanto como las
palabras. No hay redención simple: lo que se ofrece es una forma de comunión frágil,
hecha de gestos, memorias y escritura. En esta historia, aprender una lengua muerta no
es un acto erudito, sino una forma de duelo.
La clase de griego es una obra profundamente humana que invita a reflexionar sobre la
pérdida, la identidad y la posibilidad de seguir habitando el mundo incluso cuando la
palabra nos abandona. Su lectura es esencial para comprender la potencia introspectiva
de la literatura coreana contemporánea.
